Hay que sacarlo. Todo.

Hay noches en las que la cuesta de enero pesa tanto que no puedes con ella. Aunque ya haya llegado febrero.

Y la exigencia esa que nos viene, a veces, encima.

La de ser esa mujer perfecta. Esa que puede con todo. Esa madre perfecta.

Esa que te agarra fuerte el brazo y te tira para poner a prueba tu equilibrio.

Y te hace dudar, ¿sabes?

Y te hace sentir que no puedes. Cuando todas parece que pueden.

Y te ahoga en un vaso de agua. Cuando todas parece que brindan y dan sorbos.

Y te hace ver que aunque lleves días esforzándote, sigues sin hacerlo bien. Sigues fallando.

Pero…

¿No estábamos intentando educar para que expresen todo lo que sienten? Y ¿que, nada que les pueda salir dentro de 20 años, se les quede dentro rasgando el alma? Que lloren, que griten, que expresen su tristeza, su rabia, su frustración y también su entusiasmo y su alegría. Que sientan todo es amplio abanico de emociones que tienen disponibles dentro. Y que las expresen. Y que aprendan a reconocerlas e identificarlas.

¿Entonces?

¿Dónde estamos nosotras?

¿Dónde esa expresión necesaria de nuestro cansancio y nuestra ira?

¿Dónde está el permitirnos no hacerlo tan bien y fallar donde no esperábamos?

Mamá, ¿estás enfadada?

No.

¿Triste?

No, no estoy triste. Estoy enfadada. Perdona. Pero no contigo. Porque se ha ido la luz cuando no lo esperaba. Y me he enfadado. Con la luz. Y con el mundo entero.

¿Sí? Jajajaja

Dejémonos salir y sacarlo todo. También nosotras. También lo que llevamos dentro que se acumuló hace tanto…

Esa exigencia no funciona. Y no sirve para nada. Nada bueno.

Luca, ten paciencia conmigo. Estoy aprendiendo contigo. Y yo voy más despacio.

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