Con este dolor de cabeza que no se ha ido en días. Y este viento que asusta. Tan cansada para jugar pero inquieta sin poder dormir. Con esta regla que parece que no se quiere ir esta semana y que me cambia las ganas por cueva y la alegría por torpeza emocional absoluta.
Pero todo eso a tí te da igual. Te afecta, claro. Pero insistes. Estos días me preguntaba cómo vivirás tú por dentro a esta madre sin la paciencia habitual y con tanta prisa hasta para darse una ducha. Todo cala, eso ya lo sé. Y mi único consuelo es que calen más las 3 semanas restantes del mes. Esas 3 semanas en las que tú y yo conectamos instintivamente, en las que no hay enfados ni gritos repentinos. En las que casi todo vale y lo que no vale, se habla como si nada. Seguro que sí, que esas 3 semanas calan más.
Pero, aparentemente, a tí te da igual por dónde vaya la tormenta. Tus prioridades siguen estando súper claras: juego, juego y juego. Aunque yo me ausente por momentos. Insistes, me persigues y me llevas contigo. Porque sabes que, a pesar de todo, te acompaño seguro.
Y aunque el viento sople tan fuerte que casi ni nos escuchamos, tú coges las sartenes y el barro y cocinamos bajo el porche.
Y me haces conectar con la naturaleza salvaje ante mis ojos. Y respiro. Y te miro feliz. Porque es justo esto lo que importa. Sentarnos en el escalón y cocinar y jugar a que estamos bien.
Y si me enfado, te ríes y me dices: «mamá, ¿estás loca?». Como si comprendieras bien de qué va esto de las hormonas y el sueño.
Y la siesta hoy te la duermes abrazado a mí. Y cuando intento dejarte para coger el ordenador y adelantar algo de faena, me agarras fuerte durmiendo. Y tras varios intentos, desisto. Y, por fin, me duermo.
Y aún estando todo el día en casa con una madre poco amorosa, te tiras a la piscina y me dices: «¿hacemos una fiesta?».
Y todo se pasa.
«Creo que es la mejor idea del mundo, Luca»
Y nos disfrazamos de bomberos. Y abrimos unas papas y bolitas de chocolate. Y damos un paseo hasta la fuente aprovechando que el viento ha apaciguado. Y vemos atardecer pescando en la balsa con una caña improvisada.
Y me abrazas de repente y me dices al oído: «mamá, no te vayas».
Y me erizas la piel.
Como si mi ausencia emocional la entendieras de verdad. Y me pidieras volver. Y corriendo, vuelvo.


