Cuando hice el CAP hace unos 20 años lo único que recuerdo haber aprendido fue que un Señor X (que tampoco recuerdo) decía que lo que nosotros queramos que fueran nuestros alumnos, justo eso serían. En eso se convertirían.
Hoy a esto se le llama ‘etiquetas’.
Cuando eres profesor te encuentras con varios perfiles de actitud que se repiten en todos los grupos y año tras año. Y es un trabajazo personal el que tienes que hacer para no caer en sus trampas. Tienes que vendarte los ojos durante un tiempo y taparte los oídos para que el cambio se produzca.
Es decir, el que va de tonto se convertirá en tonto de verdad si la actitud del profesor cuando se relaciona con él así se lo hace saber.
Y exactamente lo mismo con el que va de listo. Si al que va de listo el profesor le trata de listo, al final será listo de verdad.
Por eso es tan importante que cada grupo, cada niño y cada niña sean tábulas rasas.
Y si se van a convertir en lo que yo como profe me predisponga con mi actitud, pues mejor tratarlos a todos de listos, y guapos, y buenos, y chavales de puta madre.
Y, ¿sabes? Con nuestros hijos pasa exactamente lo mismo. Y con cualquier persona con la que nos relacionemos, sobre todo si en nuestra posición hay un pequeño halo de poder. O de jerarquía.
Es muy fácil mostrar el amor que sentimos por nuestros hijos cuando todo va sobre ruedas. Cuando todo fluye. Cuando no hay conflicto.
Yo te quiero. Te miro. Te lo digo. Lo escuchas. Lo siento. Lo sientes. Y cala tal cual.
Chupao.
¿Y cuándo nada fluye?
Cuando el cansancio es tal que no te soportas ni a ti. Cuando la preocupación, el estrés, el sueño, la soledad, el ruido…está todo dando vueltas en tu cabeza y lo único que necesitas es silencio.
Entonces es cuando el amor no sale.
Yo te quiero. Te miro. Te lo digo. Lo escuchas. No lo siento. No lo sientes. Y cala tal cual. No cala. No cala porque no cuela.
Los niños cuanto más pequeños son tienen un sexto sentido para percibir lo que un adulto quizás no pueda. Todo su ser, biológicamente, neuronalmente, emocionalmente, mentalmente. Todas sus conexiones neuronales están constantemente trabajando para que no se les escape nada que pueda ser importante para su desarrollo y su evolución. Ese niño pequeño no sabe si está creciendo en Massachussets o en medio de la selva amazónica. No sabe el peligro por donde puede venir. Ni el amor. Está en constante observación inconsciente de absolutamente todo lo que le rodea. ‘El niño no se entera, no te preocupes’ es una mentira que nos hemos creído generación tras generación. Se entera tanto de todo que aquello que perciba a través de ese sexto sentido es el que le va a hacer crecer y desarrollarse de una manera u otra.
Por mucho que le digas ‘te quiero’ o ‘qué bonito eres’ a un niño, como su sexto sentido no lo perciba, no calará.
¿En cuántas situación difíciles, conflictivas, de desencuentro, te has encontrado con tu hijo pequeño? ¿Le has dicho algo bonito mientras le gritabas o mientras pensabas o sentías que te estaba fastidiando la tarde o la semana o la vida? Pues no coló. El amor no coló.
Ya, pero si estoy muy enfadado no puedo sentir el amor.
Ya, pero no va de eso.
Va de que el niño no sienta el rechazo. Va de que el niño no sienta que es ‘malo’. Va de que el niño sienta que estás enfadado, que sienta tu malestar, tu descontento. Que vea el abanico enorme de emociones que una persona puede sentir. Pero que no perciba que has dejado de quererle ni por un segundo. Que no perciba que es el ‘tonto de la clase’ o el ‘malo de la clase’.
Va de que nosotros, que estamos en esa posición de jerarquía, seamos conscientes de la responsabilidad que tenemos y de que no podemos dejar de sentir y de pensar que son maravillosos. Nuestra mirada tiene que tirar el juicio a la basura. Y la jerarquía.
Esto de la maternidad es un aprendizaje continuo. Es una caída y levantarse. Es un romperse y reparar. Y volver a reparar. Y volver a reparar. Y reparar.
Reparemos y disfrutemos hasta que vuelva a romperse.
