Las personas necesitamos sentir que somos útiles. Que aportamos. Que hacemos falta. Que nuestra presencia no es una mera presencia fantasmal.
Activos y útiles. Así nos gusta sentirnos.
Y si le sumamos una etapa en nuestra vida en constante crecimiento, aprendizaje y desarrollo, la necesidad de estar activo se triplica por diez mil.
¿Quién me ayuda a poner la mesa?
¡Yo!
¿Quién quiere tender la ropa conmigo?
¡Yo, mamá, yo!
¿Me das tú la pinzas?
¡Sí, sí, sí, inzas yo!
Aunque acabe dándome solo dos y él encuentre otro aprendizaje natural y cuelgue las pinzas en cualquier prenda que él alcance.
¿Me ayudas a hacer la cena hoy?
¿Ena? ¡Sí, sí, sí!

Y aquí empieza nuestro aprendizaje. Soltar el miedo y permitir que su autonomía tome las riendas. Que la seguridad que ellos sienten por si mismos coja fuerza. Que los límites se los pongan ellos mismos sin nuestra interacción. Que nosotros pasemos a ser los meros supervisores activos de su momento.
Cortando la cebolla, las zanahorias y los pimientos. Dándose cuenta por sí solo del efecto de la cebolla cruda en sus ojos. De lo dura que está la zanahoria al cortarla con el cuchillo. Del corazón con semillas de los pimientos. Utilizando el cuchillo de forma independiente y averiguando por si mismo los límites de lo que puede hacerle daño.
De lo necesaria que es su contribución. Y, sobre todo, de lo bien que estamos haciendo cosas juntos😉