SMLM2020

Es la Semana Mundial de la Lactancia Materna 2020. Y siempre hay mucho que compartir sobre este tema en este ajetreado mundo emocional de la maternidad.

Ninguna opción es mejor que otra. Ni ninguna peor. Dependiendo de la época que viva la sociedad la moda es apoyar la lactancia materna, o atacarla. Al final, otra arma más de juicio contra las mujeres y sus decisiones personales. Por eso, aquí no hay juicio, sino compartir -como todo lo que escribo en este blog- mi propia experiencia personal.

Yo tenía clara mi intención de amamantar a Luca durante tanto tiempo como los dos decidiéramos. Cuanto más, mejor. Solo fue posible durante 11 meses y medio. Una gastroenteritis fuerte que, primero pasé yo y a los días él, más una médico de urgencias llena de juicio y malos consejos nos condujeron a dejar la teta. Sin traumas. Sin pena ni gloria. A los 2 días de dejar de darle se la ofrecí y ya no la quiso. A la semana, le tocaba vacuna y tampoco la quiso ya no siquiera para reconfortarse y combatir el dolor del pinchazo y la medicación.

Todo esto añadido a que el BLW ha funcionado muy bien con Luca desde el primer día y que ya por entonces disfrutaba comiendo sólidos.

Ahí se acabó nuestro período de lactancia materna. De amamantar. De teta. Sin dramas para él ni tampoco para mi.

Nunca viví la lactancia como ese momento idealizado que muchas madres sienten. Disfruté de esos ratitos. Pero disfruté más de otros tantos. La viví con naturalidad pero sin idealización.

Igual fue aquel duro comienzo…nunca lo sabré.

Fue la primera señal que Luca me dio para decirme que algo no iba bien. Luca no tenía instinto de succión.

Había leído mucho y sabía que todos los mamíferos sanos tienen instinto de succión. Todos. Todas las tetas tienen leche suficiente para alimentar a sus crias. Todas. A veces, la leche tarda en subir unos días. Hay que darle tiempo al cuerpo. A mi pariendo ya me salía leche de los pezones. Me había subido. Pero Luca no se cogía. Era algo entre que no tenía fuerza suficiente para succionar -los bebés realizan un esfuerzo enorme para mamar, las que nos hemos sacado leche con sacaleches y también hemos dado de mamar podemos confirmarlo. El bebé hace mil millones más de fuerza que el sacaleches- y que ni siquiera ‘le interesaba’ la teta.

Señal de que algo no iba bien.

Cuando estuvo ingresado en la UCI de Manises le dieron el primer biberón de leche artificial. Me pidieron permiso antes. Pero cuando a tu hijo de 1 día de vida le da una parada respiratoria tras otra la mejor opción era alimentarlo. Con lo que fuera.

Ahí empecé a sacarme leche para que se la mezclaran con la artificial. Pero era poquísima la que me subía. Esto de amamantar es un trabajo en equipo. La teta necesita al bebé. Y viceversa.

En la UCI Pediátrica de La Fe hay un equipazo de matronas, enfermeras y consejeras maravillosas. Pacientes. Sensibles. Que acompañan sin juicio. Que ayudan. Que ayudan. Que ayudan. Mucho. Día tras día.

Hubo días en los que mi mente rechazó la lactancia materna. Tenía tanto miedo. Estaba tan bloqueada. Llegó a no tener sentido. Luca en una cuna conectado sin saber lo qué le iba a ocurrir y yo en la sala de al lado conectada a dos sacaleches mecanizados. Uno en cada teta. Llenando dos botes a la vez. Etiquetando cada bote con su nombre: Luca Mira Veintimilla. Y la hora y la fecha de extracción.

Y a la nevera.

Algunos botes para Luca. Otros los doné al Banco de Leche Materna de La Fe. Me hice donante de leche materna mientras estuvo Luca ingresado. Cuando ves bebés recién nacidos en la UCI y sin madre, es lo único que puedes hacer.

Los primeros días, mezclados con leche artificial y al biberón. Después ya solo materna. Y al biberón.

Mi cabeza y mis hormonas no le veían ningún sentido.

Y ellas lo sabían. Sabían muy bien cómo nos sentíamos y qué pensábamos. Y se adelantaban con comentarios cariñosos y una palmada en el hombro. Pero fue un pediatra -al que le cogí manía por otros motivos, pero sobre todo porque yo estaba demasiado sensible y demasiado susceptible- el que fue rotundo: «es lo mejor que puedes hacer por el cerebro de tu hijo ahora mismo».

A los 5 días ya pude empezar a coger a Luca. Intentamos ponerlo en el pecho.

Sin éxito.

Ese sentimiento hormonal y emocional de rechazo. De tristeza. De fracaso. De desconexión con mi propio hijo recién nacido. Eso es derrotador en todos los sentidos.

Probamos pezoneras. Tocarle. Moverle. Hablarle. Me acompañaban en todo momento. Me apretaban las tetas. Le intentaban meter el pezón en la boca.

Sin éxito.

Me lo colocaban en diferentes posturas. A él y a mi.

Sin éxito.

Y un día, sin más, se giró y abrió la boca hacia el pezón.

Todavía recuerdo ese instante de felicidad. De alivio.

Y durante varios días lo desnudaban. Le quitaban los cables. Lo pesaban. Lo volvían a conectar. Me lo ponían en la teta. Mamaba a veces muy poco y a veces nada. Lo volvían a desconectar. Lo pesaban. Lo conectaban. Y le daban biberón con mi leche materna. Tanta cantidad como marcaba el pediatra.

Así durante tanto tiempo como estuvo ingresado.

Y le dieron el alta.

Y nos fuimos a casa.

Y yo estaba con el pánico metido en las entrañas.

Y él volvió a no querer mamar. Nada más llegar a casa.

Y decidí darnos un tiempo.

Y continué durante dos semanas más dándole mi leche materna pero en biberón, que es lo que él había elegido.

Dos semanas en las que me sacaba leche cada tres horas para dársela de inmediato.

Dos semanas en las que mi madre me disolvía la leche acumulada en las tetas para evitar una posible mastitis. Masajeándolas cuando me subía mucha de repente y el sacaleches no tenía la fuerza suficiente para extraerla.

Dos semanas en las que mi padre se levantaba a las 3 de la mañana para ayudarme. Y mientras yo me sacaba leche él le daba el biberón a Luca.

Y durante esas dos semanas Luca y yo nos abrazamos sin parar. Jugábamos en la cama. Nos hablábamos. Le contaba la historia de su corta vida. La de antes de nacer. Y la de después. La del amor que lo creó hasta el miedo que yo sentía. Durante esas dos semanas nos dedicamos a recuperar los abrazos que nos habían negado durante sus dos primeras semanas de vida. Y así, sin darnos cuenta, cuando ya había pasado un mes, le ofrecí la teta estando los dos desnudos en la cama. Yo ya me sentía conectada a él. Mi fortaleza materna innata estaba ya viniendo a mi. Mi seguridad. Mi tranquilidad. Dejé de rechazar a Luca a través del miedo que se había apoderado de mi instinto maternal. Y debió sentirlo cuando ese día, así sin más, y tras pasar un mes desde su nacimiento, Luca comenzó a mamar con el instinto de succión, con la fuerza y con las ganas que un bebé sano debe tener.

6 meses de lactancia exclusiva.

11 meses y medio de lactancia materna.

Dar teta es un sacrificio en muchos sentidos. Y todavía más cuando a las 16 semanas nos tenemos que incorporar al trabajo la mayoría de las mujeres. Por eso, entre otras muchas cosas, no tiene sentido una baja maternal de 16 semanas.

La hormonas crean su propia revolución.

Tus tetas, antes redonditas y duras, cambian de forma y de tamaño.

La lactancia materna no es fácil para ninguna mujer sean cuales sean sus circunstancias.

Sin juzgar a las que optaron por otro tipo de alimento y respetando y apoyando la decisión -voluntaria o no- de todas las mujeres, yo celebro y recuerdo esa etapa como una de las etapas más impresionantes e intensas de mi vida.

Pero ese momento…

Ese momento de conexión pura. De silencio. De tranquilidad.

De milagro.

Alimentar con tu propio cuerpo a otra persona.

Eso, queridos, es lo más maravilloso que voy a vivir en mi vida.

Gracias, Luca, por ser tan paciente y darme el tiempo que necesité.

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