Soy, a veces, excesivamente organizada y meticulosa. No siempre viene bien ser así, esa exigencia para que todo cuadre, pero a mi me ayuda a mantener el orden en la agenda, en la gestión del personal, en la programación de clases y, también en la crianza.
Y es curioso que, a la vez soy tan tan desordenada y tan tan espontánea en justamente todo lo de arriba que no trabajo con agenda, ni programo todas mis clases dejando mucho espacio a la improvisación y doy muchísima libertad al equipo de trabajo.
¿Contradictorio?
Tanto como el justo equilibrio.
Siempre he leído y escuchado que los niños necesitan sus rutinas. Y hay que intentar no desbarajustarlas demasiado.
Y sí. Los niños necesitan un orden.
Un orden desordenado.
Una programación espontánea e improvisada.
Necesitan un paseo inesperado a las 20.00, cuando la agenda marcaba un baño y recogimiento.
Necesitan un cuento cada noche, antes de dormir, aunque no cada noche ni siempre antes de dormir.
Si con los niños seguimos de forma estricta cualquier tipo de programación y rutina, nunca nunca nunca funcionará. Y la frustración llegará a límites insospechados.
Los niños necesitan comer. Pero no siempre lo mismo ni siquiera a la misma hora.
Y necesitan jugar. Mucho. Casi más que comer. Pero no siempre a lo mismo ni en el mismo lugar.
Los niños necesitan relacionarse. Pero ni mucho ni poco. En su justa medida. En su justo equilibrio. Y no siempre con las mismas personas. Ni siquiera eso de ‘sobre todo con otros niños’.
Si seguimos una agenda y una lista cerrada de tareas e ideas, dejaremos de observarles. Dejaremos de escucharles. Dejaremos de prestar atención a sus intereses que cambian y evolucionan constantemente.
Para dormir, Luca ha vivido épocas de mucho brazo durante varias horas hasta que conseguía conectar con el descanso y desconectar del día. Horas de mecedora. Otras han sido de mucho libro: hemos llegado a leer 11 libros cada noche antes de dormir. Otras de confinamiento y, por primera vez en sus dos años, la rutina ha sido ver un rato Pippi Langstrump. Otras también de confinamiento hemos cantado 2 canciones: Bella Ciao y La Canción del Clan (Scouts). Una vez y otra y otra y otra. Incansablemente las dos canciones.
Y algo que va y viene en mi es una nana. Se la empecé a cantar un día estando en la UCI Pedriática, entre esos cables que conectaban su actividad cerebral, sus pulsaciones y su oxígeno al tic-tic-tic de esas máquinas que todavía resuenan a veces en mi cabeza.
Luca me transmitía paz y silencio ya durante esos días. Yo le hablaba algunas pocas veces -no me sale la voz cuando estoy muy cansada o triste o ‘pa dentro’- pero le cantaba pegada al cristal para que escuchara mi voz. Y le recordaba que estaba esperándolo con tantísimo amor para darle.
Y me emociono cuando me sale esa nana y, de repente, Luca conecta con una paz absoluta. Pase lo que sea que esté pasando, como esta noche que estaba enfadado conmigo, Luca para. Se relaja. Y se duerme dándome unos besos que no me espero.