Otra vez lo has hecho.
Llegas con tu sonrisa y tu caricia.
Llegas con tu «mamá, hola» por sorpresa. Y te interpones entre esa pantalla de ordenador y mi mirada ausente.
Y me centras. Me devuelves a la conexión con lo que más importa. Haces que mi cabeza pare durante un rato y solo importe la melodía de Pippi Langstrump que los dos tarareamos tocando la pandereta y bailando saltarines por el comedor.
Y paramos. Y nos tumbamos en el suelo para hacernos cosquillas esporádicas y reirnos a carcajadas porque sí. Porque llevábamos un rato sin reírnos y ya nos tocaba a los dos.
Y me traes dos libros. Y los dos sabemos que así el abrazo llega seguro. Y los gestos, los tonos de voz y los ritmos bajan, se apaciguan y nos conectan aún más.
Y de ahí. Me llevas al sofá para obligarme a parar del todo. Aún desconoces que en cuanto te duermes vuelvo a sentarme a trabajar.
Me encanta pensar que lo que sientes es que me duermo contigo sin más.
Me pongo en tu piel y debe ser perfecto.
¡Qué bien poder ofrecerte esa sensación!
Tú me paras, Luca.
Y me conectas. Siempre me conectas.
Gracias.
