¿Dónde quedan mis ganas?

¿Dónde está mi límite en esto de la crianza respetuosa? ¿Lo hay?

Cuando descarto cansancio. Fiebre. O que me eche de menos (excepto las 3 horas de guarde de esta mañana, lleva 4 días pegado a mi). Y, sin embargo, gruñe.

Luca no suele gruñir. Ni llorar. Casi siempre está activo y alegre. Armónico. Pero hoy no.

Lleva todo el día entre gritos y lloros. Entre enfados y abrazos. Muchos enfados. Y muchos abrazos. Muchos abrazos. Pero hoy nada parece ser suficiente.

¿Y yo? ¿Dónde me pongo yo?

Cuando el día ha sido tranquilo. Cuando me he cuidado por dentro. Cuando me quedo contigo. De repente, en la cena, estallo. Y nos enfadamos. Y los dos nos gritamos. Y te asustas. Y vuelvo. Y te explico. Y bajas el tono y la energía. Te pido ayuda y reaccionas.

¿Dónde está mi límite entre la crianza respetuosa y mi mochila?

El trabajo interno es continuo. Diario. A veces se me olvida todo. Se me olvida la teoría que me sé. Se me olvida mi renuncia consciente a la violencia. Se me olvida mi trabajo terapéutico. El objetivo se difumina. A veces parece lejano y se vuelve borroso.

Pero no es lejano. Es hoy. Es ahora. Es el ambiente que quiero que juntos creemos en casa. Es la armonía que quiero que sintamos. Es la presencia que quiero que nos aportemos el uno al otro. Es ahora.

El objetivo de la crianza respetuosa no es lejano. No es (solo) pensando en tu futuro, y en nuestra relación cuando seamos los dos más mayores. Es hoy. Es ahora. Es nuestra salud mental de hoy. Es nuestro amor de hoy.

¿Pero dónde estoy yo entre tantas líneas?

¿Dónde mi cansancio?

¿Dónde mis permisos para soltar?

¿Dónde lo que acumulo en unas horas en la academia?

¿Dónde mis deseos?

¿Dónde quedan mis ganas de abrazos en silencio?

¿Dónde estoy yo y mis exigencias por que todo esté lo más equilibrado posible?

Ahí está el límite. En el equilibrio.

¿Vienes? ¿Y me abrazas?