El mal comportamiento -que tendríamos que definirlo bien para no confundir- no es más que la falta de conexión.
Normalmente resumimos con un ‘intenta llamar la atención’ o ‘solo quiere que le hagas caso’.
Sí. Y no.
Cuando dejamos de conectar con las personas que tenemos cerca o incluso con el entorno/espacio físico, se genera en nosotros un desaliento que nos hace estar inquietos, gruñones, incluso a la defensiva. A veces, la falta de conexión esconde problemas reales en ciertas relaciones personales. Otras veces, es solo que de vez en cuando nos alejamos y necesitamos volver a acercarnos. Y conectar. Y sentir que pertenecemos. Sentir que nuestro nido emocional está de cierta manera donde tiene que estar.
Cuando desconectamos nosotros ya deberíamos tener las herramientas necesarias para volver a estar ahí, presentes.
Cuando el que desconecta es un niño está en pleno proceso -tenga la edad que tenga- de aprender a través nuestro a reconocerse y volver al centro.
Es solo desconexión lo que siente un niño cuando se pone potroso, rebelde e incluso agresivo. Y todo está bien. Solo hay que saberlo y ayudarle a conectar otra vez.
Un abrazo. Silencio. Unas palabras con tono amoroso. Una caricia discreta. Una mirada que conecte con ellos. Y ellos contigo. Y ya. Volverán a reencontrarse con nosotros y con ello mismos.
Conectar es necesario.
